Sevilla volvió a sumar un nuevo título de la Europa League tras vencer en penales por 4-1 a Roma. Con este resultado, el elenco español suma su séptimo campeonato y se cataloga como el Rey de la competición.
Cuando Dybala puso el 1-0 en el minuto 35, el Estadio Olímpico de la capital italiana, en el que se retransmitió el partido con pantallas, estalló. Explotó de alegría celebrando el gol de su estrella que le acercaba al segundo título europeo consecutivo. Una hazaña que por un buen rato se creyeron. Incluso cuando el Sevilla empató, el silencio no fue tan dramático como cuando Montiel marcó el penalti decisivo.
Entonces la nada abrazó Roma. Por las pantallas gigantes del Olímpico se proyectó la imagen de Dybala, roto. Empapado en lágrimas. La fiel representación de lo que estaba viviendo en ese momento toda la afición ‘giallorossa’.
Hacía tan solo unos minutos estaban muy cerca de lograrlo. Dos centros laterales de Zalewski. El larguero de Smalling en la última jugada. Pero en un abrir y cerrar de ojos, nada. Otra imagen de Dybala llorando volvió a centrar las miradas perdidas del estadio. Roma recuperó una pequeña parte de su esencia con un sentido aplauso a ese jugador que estuvo muy cerca de darles la gloria.
Una gloria mucho mayor que la que conocieron la temporada pasada con la Liga Conferencia. Ese 26 de mayo fue el opuesto de este 30 de mayo. De un momento a otro Roma se convirtió en un estadio de Johannesburgo o Qatar, con el constante ruido de vuvucelas, cláxones y gritos.
Esta vez nada. Un peregrinaje silencioso de vuelta a casa, con la sensación más agridulce que puede haber en el fútbol. Roma había soñado con este día, el camino que había tenido a lo largo de la competición le hizo ilusionarse. Se ganó el derecho a hacerlo. Y, aunque siempre con el recuerdo presente de aquella final del 84 ante el Liverpool en la Copa de Europa, lo hizo.
Pero de nuevo un empate a uno. De nuevo los penaltis. Y de nuevo en el Olímpico. Casi todo como aquella vez. La diferencia es que no hubo jugadores sobre el campo. Como si los hubiera habido.
La noche terminó tarde y terminó mal para los romanistas. Pero igual que recobraron las fuerzas para aplaudir a Dybala cuando le vieron entre lágrimas, hicieron lo propio cuando la cámara se centró en Mourinho agradeciendo a su afición. Quién sabe si por última vez.